reflexiones de invierno
La consciencia del alma, que recorre su camino encarnada recordando, y el ego, desde nuestro nacimiento programado, una y otra vez se encuentran en el camino de la vida, en un mano a mano, que aunque parece ser un conflicto, es en realidad un genuino deseo, de integrarse para llegar a la unidad con el todo.
Cada conversación en la que me involucro es un reflejo de mi incesante diálogo interior. Mis creencias, mis ideas filtradas por los paradigmas arraigados en mi subconsciente, las emociones y sentimientos que generan esas ideas y creencias (formas pensamiento), las sensaciones que experimentan mis cinco sentidos, y hasta las mismas palabras que pronuncia mi boca; en conjunto con mis gestos, actitudes y acciones, revelan el constante diálogo de mis mentes "consciente e inconsciente", y más íntimamente, el diálogo entre "mi alma y mi ego alterado".
Ese diálogo interior, cuando lo vivo como una batalla o conflicto, se experimenta como un desafío a mi mismo, para validarme, felicitarme, castigarme, condenarme, rechazarme, protegerme, justificarme o cuestionarme, durante mi viaje interior; más, sin embargo, ese trayecto, tiene por último y verdadero sentido, el despertar de la consciencia individual y colectiva; o dicho en otras palabras, el reconocimiento de mi alma encarnada de su esencia eterna, divina y luminosa, por medio de las experiencias que, cada vez más consciente del ser quien en realidad es/soy, escoge vivir.
¿Dónde yace entonces el secreto de aprender de cada una de mis experiencias si vivo inmerso en el juicio, y a la vez y por su causa, impido la vivencia consciente del conocimiento (experiencia) y sabiduría eterna, que poco a poco se me revela?
La respuesta está en empezar a ser más consciente de que, cada vez que observo y juzgo mi mundo exterior, descubro qué pienso y siento de mí mismo. Juzgando al prójimo, me apruebo y desapruebo -una y otra vez- bajo la letra de la ley, que devela y saca a la luz de mi mente consciente, cada paradigma en el que creo.
El juicio siempre produce sufrimiento, y condenandos, nos impide ver al ser humano como un todo. Mientras que al observar sin juzgar, se nos descubre la sombra que también forma parte de nuestra esencia, y en La Luz amorosa que somos, el conocimiento revelado y su experiencia, nos invitan a aceptar, integrar y a amar esa sombra.
Ese amoroso acto de integración, nos lleva a la armónica unidad, que nos libera de toda cadena esclavizante, -atenuando el juicio del ego alterado- y nos descubre quienes somos en realidad, a cada instante del momento presente.