CUANDO ESCUCHO: SIENTO
Siempre pensé que al escuchar podía entender lo que sucedía o aprender algo nuevo. Por mucho tiempo fue así. Fue mi convicción y principal premisa, por medio de la cual la lógica reinaba todo, decidía todo, sustentaba todo y controlaba toda mi vida.
Pero un día me encontré con mis sentimientos; estuvieron siempre allí, no intento expresar que los ignoré o que los desconocía, sin embargo, muy contenidos estaban, bajo un "sonido" de control, que "lógicamente" regulaba como expresaba mis emociones.
Ese día en el que me encontré con sentimientos más intensos, casi indomables bajo mis paradigmas reinantes. En aquel momento me sentí desafiado a mi primera batalla formal: ¿quién soy?
Hoy reconozco que aquel primer grito de guerra, fue una ilusa batalla interior entre mis creencias y mi propio ser en evolución, despertando para dejarme ser quien -en la eternidad del amor- me ha creado, y simplemente me dijo: "soy".
Es de alguna forma jocoso revisar ahora mis memorias y reconocer como a través del tiempo he creado con mucha habilidad, las batallas más épicas. Como un Simón Bolívar, un George Washington, o un Napoleón Bonaparte, me he enfrentado a imperios enteros, no sólo de mi universo interior sino también exterior. Y así como la de esos grandes personajes, mi estatura física en esta Encarnacion, también ha sido una paradójica manifestación que desafía la lógica premisa de que es la creencia la que al final decide el curso de toda creación y que las dimensiones no se definen en sí mismas, al contrario, todo me indica que si existiera alguna medida, sería el amor. Pero el amor es infinito, y todo lo que somos es manifestación del amor: ¿qué es entonces una medida?
Elocuentes batallas verbales, sangrientas peleas callejeras, son algunas de las formas en que esa constante batalla interior llego a manifestarse. No me arrepiento de cada experiencia vivida, pues en la eternidad de mi mundo interior siempre puedo regresar en el tiempo y revivir los momentos que sean necesarios para aprender las lecciones que he venido a aprender en esta vida. Sin embargo, cuanto hubiese querido saber entonces lo que he descubierto y aprendido ahora.
La vida es tan simple, y sin embargo hemos desarrollado el arte de complicarnos e inventarnos creencias que no conducen sino a la culpa, la frustración, el egoísmo, el dolor, la opresión y la infelicidad.
La fortuna, la abundancia infinita, la felicidad plena, la salud perfecta es de todos y para todos. Nos expresamos diferentes pero somos iguales en esencia creadora; provenimos de un solo amor que escoge manifestarse de manera única e irrepetible a través de nuestra individualidad, la cual es solo un término para poder explicar en este plano humano que somos un solo amor expresándose infinitamente de infinitas maneras en el infinito.
Mi batalla actual se llama José Antonio, el ser que más amo con sincero corazón. Es la batalla más interesante que hasta ahora he vivido y espero nunca caer derrotado en ese campo de batalla. Todas las técnicas, trucos y lecciones que hasta ahora he aprendido, no son suficientes para la lucha que a diario me enfrento. En la mayoría de los casos, la batalla es una competencia contra mi mismo para demostrarle en todo, que lo amo con todo mi ser. Lo ma interesante de este tipo de batalla es que él jamás me ha hecho sentir que no le demuestro que lo amo; soy yo quien tiene la necesidad -¿ficticia?- de demostrarle más (quizá me hace falta darme más amor a mí mismo y recordarme que soy amor).
Otras veces estoy compitiendo por su atención, pues quiero que me vea, me abrace que me diga todo el tiempo que me ama (mi niño interior aún busca el reconocimiento y la atención de mis padres). Y en los fines de semana me he enfrentado a luchas complejas de las que no siempre salgo -por utilizar libremente un término- "victorioso".
Y pensar que desde muy niño he vivido en modo de competencia... y competir es probablemente el mayor de los miedos a los que aún me enfrento -¿o quizá mi mayor miedo es enfrentarme a mi árbitro o juez interior, y "escuchar" su dictamen: victoria o fracaso?-.
Cuando escucho: yo siento.
Pero no es el punto de mi reflexión adentrarme en las aguas profundas de intentar explicar cada batalla, donde ocurre o, como un buen general, divisar un plan de ataque que derrote al que creo mi oponente.
Lo que en realidad quiero dejar salir de mi interior es que mientras siga en modo de batalla continuaré sujeto al fracaso y al éxito, a la alegría y a la tristeza, al ganar y el perder, a la seguridad de mi ego orgulloso y al miedo de un ego herido. Más aún, mientras viva en modo de batalla, experimentare el estrés de la competencia y por tanto, le sedo inevitablemente el control de la manifestación de mi creación, a la gama de emociones también estresadas, aquellas que dan la ilusión de ser indomables y nos hemos inventado controlarlas con agentes externos, en vez de reconocer que hemos dejado el control de nuestras emociones a la merced de la batalla que ocurre en nuestra mente, presa del caos y en necesidad de la palabra hablada que es la única que pone el orden.
Pero, y ¿por qué las batallas? ¿Por qué competir? ¿Por qué pelear? ¿Qué estoy ganando o perdiendo en realidad, o a quién realmente le estoy ganando? ¿Con quién escojo competir y por qué? Y al final: ¿qué realmente obtuve dominando -o tratando de dominar- lo exterior cuando no me domino ni a mí mismo?
Pero, ¿dominio? ¿Y por qué esa palabra? ¿Control? ¿Qué he de controlar y/o por qué? ¿Quizá, el conocimiento sea el camino? Conocerme a mismo, intentar descubrir quién soy, como me expreso, en que creo... Observar sin juzgar... al final y al cabo, a donde se fue el juez que dictó todas estas leyes sociales y jamás me hablo de que el universo ofrece el conocimiento infinito a través de la experiencia comunión-mente-alma, para que en amor me descubra, me ame como soy, y en ese mismo amor descubra y ame al prójimo, así tal cual es: yo soy.
Escojo entonces escuchar con más atención, y poner atención en el presente donde el sonido me comunica la experiencia que se expresa en mi mente en forma de pensamientos, imágenes y creencias. Mis emociones, reitero, son mis pensamientos y paradigmas, en constante acción.
Cuando Escucho: Siento.
Pero un día me encontré con mis sentimientos; estuvieron siempre allí, no intento expresar que los ignoré o que los desconocía, sin embargo, muy contenidos estaban, bajo un "sonido" de control, que "lógicamente" regulaba como expresaba mis emociones.
Ese día en el que me encontré con sentimientos más intensos, casi indomables bajo mis paradigmas reinantes. En aquel momento me sentí desafiado a mi primera batalla formal: ¿quién soy?
Hoy reconozco que aquel primer grito de guerra, fue una ilusa batalla interior entre mis creencias y mi propio ser en evolución, despertando para dejarme ser quien -en la eternidad del amor- me ha creado, y simplemente me dijo: "soy".
Es de alguna forma jocoso revisar ahora mis memorias y reconocer como a través del tiempo he creado con mucha habilidad, las batallas más épicas. Como un Simón Bolívar, un George Washington, o un Napoleón Bonaparte, me he enfrentado a imperios enteros, no sólo de mi universo interior sino también exterior. Y así como la de esos grandes personajes, mi estatura física en esta Encarnacion, también ha sido una paradójica manifestación que desafía la lógica premisa de que es la creencia la que al final decide el curso de toda creación y que las dimensiones no se definen en sí mismas, al contrario, todo me indica que si existiera alguna medida, sería el amor. Pero el amor es infinito, y todo lo que somos es manifestación del amor: ¿qué es entonces una medida?
Elocuentes batallas verbales, sangrientas peleas callejeras, son algunas de las formas en que esa constante batalla interior llego a manifestarse. No me arrepiento de cada experiencia vivida, pues en la eternidad de mi mundo interior siempre puedo regresar en el tiempo y revivir los momentos que sean necesarios para aprender las lecciones que he venido a aprender en esta vida. Sin embargo, cuanto hubiese querido saber entonces lo que he descubierto y aprendido ahora.
La vida es tan simple, y sin embargo hemos desarrollado el arte de complicarnos e inventarnos creencias que no conducen sino a la culpa, la frustración, el egoísmo, el dolor, la opresión y la infelicidad.
La fortuna, la abundancia infinita, la felicidad plena, la salud perfecta es de todos y para todos. Nos expresamos diferentes pero somos iguales en esencia creadora; provenimos de un solo amor que escoge manifestarse de manera única e irrepetible a través de nuestra individualidad, la cual es solo un término para poder explicar en este plano humano que somos un solo amor expresándose infinitamente de infinitas maneras en el infinito.
Mi batalla actual se llama José Antonio, el ser que más amo con sincero corazón. Es la batalla más interesante que hasta ahora he vivido y espero nunca caer derrotado en ese campo de batalla. Todas las técnicas, trucos y lecciones que hasta ahora he aprendido, no son suficientes para la lucha que a diario me enfrento. En la mayoría de los casos, la batalla es una competencia contra mi mismo para demostrarle en todo, que lo amo con todo mi ser. Lo ma interesante de este tipo de batalla es que él jamás me ha hecho sentir que no le demuestro que lo amo; soy yo quien tiene la necesidad -¿ficticia?- de demostrarle más (quizá me hace falta darme más amor a mí mismo y recordarme que soy amor).
Otras veces estoy compitiendo por su atención, pues quiero que me vea, me abrace que me diga todo el tiempo que me ama (mi niño interior aún busca el reconocimiento y la atención de mis padres). Y en los fines de semana me he enfrentado a luchas complejas de las que no siempre salgo -por utilizar libremente un término- "victorioso".
Y pensar que desde muy niño he vivido en modo de competencia... y competir es probablemente el mayor de los miedos a los que aún me enfrento -¿o quizá mi mayor miedo es enfrentarme a mi árbitro o juez interior, y "escuchar" su dictamen: victoria o fracaso?-.
Cuando escucho: yo siento.
Pero no es el punto de mi reflexión adentrarme en las aguas profundas de intentar explicar cada batalla, donde ocurre o, como un buen general, divisar un plan de ataque que derrote al que creo mi oponente.
Lo que en realidad quiero dejar salir de mi interior es que mientras siga en modo de batalla continuaré sujeto al fracaso y al éxito, a la alegría y a la tristeza, al ganar y el perder, a la seguridad de mi ego orgulloso y al miedo de un ego herido. Más aún, mientras viva en modo de batalla, experimentare el estrés de la competencia y por tanto, le sedo inevitablemente el control de la manifestación de mi creación, a la gama de emociones también estresadas, aquellas que dan la ilusión de ser indomables y nos hemos inventado controlarlas con agentes externos, en vez de reconocer que hemos dejado el control de nuestras emociones a la merced de la batalla que ocurre en nuestra mente, presa del caos y en necesidad de la palabra hablada que es la única que pone el orden.
Pero, y ¿por qué las batallas? ¿Por qué competir? ¿Por qué pelear? ¿Qué estoy ganando o perdiendo en realidad, o a quién realmente le estoy ganando? ¿Con quién escojo competir y por qué? Y al final: ¿qué realmente obtuve dominando -o tratando de dominar- lo exterior cuando no me domino ni a mí mismo?
Pero, ¿dominio? ¿Y por qué esa palabra? ¿Control? ¿Qué he de controlar y/o por qué? ¿Quizá, el conocimiento sea el camino? Conocerme a mismo, intentar descubrir quién soy, como me expreso, en que creo... Observar sin juzgar... al final y al cabo, a donde se fue el juez que dictó todas estas leyes sociales y jamás me hablo de que el universo ofrece el conocimiento infinito a través de la experiencia comunión-mente-alma, para que en amor me descubra, me ame como soy, y en ese mismo amor descubra y ame al prójimo, así tal cual es: yo soy.
Escojo entonces escuchar con más atención, y poner atención en el presente donde el sonido me comunica la experiencia que se expresa en mi mente en forma de pensamientos, imágenes y creencias. Mis emociones, reitero, son mis pensamientos y paradigmas, en constante acción.
Cuando Escucho: Siento.